26 nov 2016

Primavera de 1971 cuando nos cruzamos con la historia

16 o 17  de noviembre de 1971. Esa tarde de primavera me cruce con la historia de un hombre llamado Fidel.
Vivíamos en la ex Ballenera, alejados de la ciudad, se trabajaba para convertirla en una planta aceitera y mi padre era el encargado administrativo. La fabrica era propiedad de la Indus Lever que a su vez era propietaria de las casas de Huayquique,
Esas casas, dispuestas para los altos ejecutivos de la compañía, sirvieron de alojamiento al comandante y su comitiva.
Jimmito, mi papá,  emocionado por la cercanía de Fidel fue hasta las casas de Huayquique a entregarle un regalo, No recuerdo que era, pero cautamente empezó hacer lobby con los guardias para lograr verlo, mientras nos pidió que no nos bajáramos de la camioneta.
Recuerdo la camioneta, era de color crema y rojo, una chevrolet. Nosotros cuatro,  sin saber darle la importancia a la visita que venia de una lejana isla, nos bajamos y rodeamos las casa por las dunas que daban a la playa.
Muchas veces cuando mi papa iba a las casa de Huayquique le acompañábamos, y otras tantas hicimos ese recorrido tratando de entrar al interior, por lo que el camino nos era conocido.
Eramos 4 chiquillos entre 8 y 12 años y nos movilizamos raudamente entre la arena hasta alcanzar la parte trasera de las casas.
Un ventanal estaba corrido y la cortina se mecía suavemente al compás de la brisa, nos paramos en la entrada y ahí estaba sobre la cama recostado, con un puro en la boca y el kepi puesto en la bota, el comandante Fidel. Su traje verde, las botas, su barba y  los brazos a modo de almohada. Estaba con los ojos cerrados pero jugando con el puro. Seguramente por el rabillo del ojo nos vio y espero nuestra reacción.
 Nuestra impresión fue tan grande que nos quedamos inmóviles mirando a través del visillo. Mi pequeña hermana Teresa fue mas intrépida y entró tratando de tomar el gorro.
¡Alto ahí! ordeno y se abre la puerta del dormitorio entrando un escuadrón de hombres armados. Nosotros quedamos inmóviles hasta sentir la carcajada del comandante, -son niños- dijo.
Salimos corriendo despavoridos hasta sentarnos en la camioneta, mi papá nos alcanzó y no pudo creer nuestra osadía, ni siquiera le dio el aliento para retarnos.
Nosotros, los impensados, estuvimos con Fidel sin proponernos, lo único que sé  es que mi padre le pudo entregar su regalo y estrechar su mano gracias a nuestra intrépida acción.
Cuatro niños nos quedamos con el recuerdo, de su paso por Iquique,  con esa carcajada sonora, magnifica del comandante.





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