Fui a la feria, quería comprar fruta y sobre todo, plátanos. Mi hijas son grandes consumidoras; con avena, leche, yogurth, etc. No
había plátano, y el que había estaba pasado, así es que cambie las prioridades. Camine por la feria pensando que cada día todo escasea. Será que el deseo de comprar un producto, que
no está, potencie mi necesidad.
Un señor me ofreció de un cuanto
hay; sandia, piña, tángelos, mangos. ¡Aproveche caserita! Además, aprovecho de hacer algunos
chistes; dijo algo así que estaba rematando todo porque tenía que ir a su casa
a cocinar, que su señora lo había llamado y él le obedecía. Otra clienta le
sonrió y dijo: que mentiroso. Él se defendió de inmediato; yo no miento, dijo.
La señora volvió a sonreír. No me cree, insistió. A usted le mienten los
hombres, pregunto.
La cara de la señora se fue a
otro mundo. Ya no sonrió y solo se dedicó a elegir su fruta. Y yo empecé a
imaginar su vida. Le habían mentido, sin duda. Tal vez una vez, o un par de
veces. Trate de mirar sus ojos, pero la señora ya no volvió a mirar a nadie. Yo
solo me empape de todos los olores de la feria; ácidos, dulzones, agridulces,
frescos, pasados y en particular observe la disposición de los colores en ese
puesto. Luego compre y me olvide de
ella.
Ahora que reflexiono, hubiera
sido bonito que la abrazara. Quizás no hubiese servido de nada, total la
mentira ya estaba instalada, pero ella hubiese sentido que no estaba sola en
esa situación, que a todas nos mienten.
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