Los seres adornaban sus puertas
con atados de hierbas santas,
eran hombres y mujeres
envueltos en harapos y cegados.
Malditos todos.
Cada cual callaba su verdad
para no alumbrar el día que despuntaba
entumecido de rabia y dolor.
Quien decidió podar la vida?
se preguntaban unos a otros.
Buscaban respuestas
y no admitían sugerencias.
Ojillos cómplices se miraban
oliendo muerte y sudando traición.
La vida había pasado
dejando a los seres desamparados
vacíos
solos.
Ya no florecía la vida como risa de niño,
era otra forma
entremedio de penumbras y noches muertas.
¡No busques culpables!,
¡No culpes al otro!,
¡Mira tus manos!
Solo entonces los seres abrieron sus ojos,
vieron su propia miseria,
olieron su podredumbre
y vomitaron corrupción.
Ya era tarde...
era tarde.
Perdón Madre Tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario