Yo no sabía padre
de lagrimas sin salida y corazones
deshuesados
no sabia de caricias adormecidas y poesías
extraviadas,
de ojos soñadores
cansados de dolores.
Pero mentía
con tantas horas de sombras había
olvidado,
que las lámparas no se encienden
con dolores recargados,
y volví a recorrer pasillos
cerrado con candados.
Nada ha cambiado
y todo ha cambiado,
pero el sol nace y se disuelve
como una lagrima suavemente derramada
sobre una duna dorada.
Te vas y te quedas
adosado, encostrado, abrazado
a nuestras manos, ojos, sonrisas,
clavado a nuestros pies
y fusionado en nuestros corazones.
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